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"Siempre comenzando", escribe Martín Ponce de León

No te desanimas ante nuestros reiterados fracasos. No te irritas ante nuestros consabidos errores. No pierdes la paciencia ante nuestras faltas.

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“Les estuvo enseñando largo rato……”

Así, muy sencillamente, se refiere el relato evangélico a lo que tú haces.

Porque siempre nos estás enseñando.

No te desanimas ante nuestros reiterados fracasos. No te irritas ante nuestros consabidos errores. No pierdes la paciencia ante nuestras faltas.

Constantemente nos estás enseñando.

Para que obremos correctamente.

Para que seamos fieles a la voluntad del Padre.

Para que seamos constructores de un mundo mejor más fraterno.

Tú posees una paciencia infinita y no dejas de brindarnos nuevas oportunidades.

Ello es lo más característico de tu forma de enseñar porque tu pedagogía es la del amor.

Porque nos amas crees en nosotros.

Porque nos amas sabes que no podemos conformarnos a nuestra mediocridad.

Podemos y debemos ser mejores y, entonces, no dejas de brindarnos oportunidades.

Nos respetas libres y, por lo tanto, nunca te impones.

Lo tuyo es sugerir y dar oportunidades.

Una y mil veces.

Para que podamos llegar a la convicción de lo reconfortante que resulta obrar correctamente.

Quieres que nos sintamos bien con lo realizado y ello nos impulse a continuar haciéndolo.

Para ello es que tenemos tantas ocasiones de actuar conforme tu propuesta de amor.

No podemos negar que no siempre es fácil poder obrar correctamente.

Siempre encontramos excusas que consideramos válidas para justificarnos.

Siempre nos creemos las excusas a las que nos aferramos para continuar actuando lo más cómodamente que podamos.

Y tú………. siempre insistes con el amor.

Amar es, inexorablemente, sufrir un poco.

Porque es dar un pasa a un costado para que el otro ocupe ese lugar.

Amar es ponernos en el lugar del otro y obrar en consecuencia.

Amar es renunciar a uno mismo para permitir que el otro sea en nosotros.

Amar es darse sin esperar a cambio.

Es por eso que amar cuesta tanto y ponemos tantas resistencias a sus exigencias.

Porque el amor es exigente.

Siempre requiere de nosotros lo mejor.

Tú hiciste sentir a cada uno de los que con fe se llegaban hasta ti como personas verdaderamente importante.

Les escuchabas, les atendías y les complacías.

El otro siempre era importante.

Tan importante que no dudaste en dar la vida por cada uno de nosotros que siempre somos “el otro”.

Y nos brindas reiteradas ocasiones para que lo experimentemos como real.

Porque solamente podemos llegar a vivir tus enseñanzas desde el ejercicio de una convicción.

Para estar convencidos necesitamos experimentarlo.

Tú no nos quieres teóricos del amor sino convencidos del mismo.

Nos quieres ver felices y para ello debemos aprender a gustar el amor a los demás.

Todo lo que nos rodea no es otra cosa que una gran oportunidad para aprender.

Para ello necesitamos saber ver lo que tú nos estás diciendo, enseñando.

No nacimos sabiendo pese a que muchas veces actuemos como si así fuese.

Todo lo nuestro requiere de un proceso y, muchísimas veces, no nos tenemos suficiente paciencia como para vivirlo.

Nos gusta lo fácil, lo cómodo y lo más inmediato y lo que no responde a esos parámetros nos genera resistencias interiores.

Pero tú no te apeas de tus convicciones.

Respetas nuestros procesos porque siempre nos quieres libres.

La libertad es lo que nos dignifica.

Señor, ayúdanos para que podamos aprender

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