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"Primeros fríos", escribe Martín Ponce de León

Allí nadie tiene preguntas para hacerles. Preguntas que, en muchos casos, resultan incómodas porque los lleva a revivir situaciones que no pueden ignorar.

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Han llegado los primeros fríos y ellos se hacen sentir.

Vengan acompañados de lloviznas o de viento se hacen notar y son algunos aquellos que lo experimentan de una manera particular.

Por algunas concretas razones han perdido sus referencias y han quedado en situación de calle.

Allí nadie tiene preguntas para hacerles. Preguntas que, en muchos casos, resultan incómodas porque los lleva a revivir situaciones que no pueden ignorar.

Allí nadie les señala con el dedo o les reprocha actitudes asumidas, en oportunidades, equivocadamente.

Allí nadie les reclama ningún tipo de obligaciones que están imposibilitados de cumplir.

La calle es refugio y seguridad para ellos y la experimentan como ese mundo en el que pueden vivir tranquilamente.

La calle es un espacio donde nadie les molesta ni incomoda y ellos tratan de vivir intentando molestar lo menos posible.

Allí no incomoda la ausencia de higiene o el que sus ropas estén en mal estado.

Para algunos son simples “piden pan” que irrumpen la tranquilidad con su presencia.

Para algunos son sencillos “piden pan” a los que hay que brindar cercanía puesto que allí está Jesús.

Para algunos son molestas presencias que no se pueden ahuyentar rápidamente puesto que una negativa les hace más insistentes.

Los primeros fríos hacen que muchos vivan lo menos posible a la intemperie porque en su casa hay un ambiente cálido y acogedor. Para algunos de estos no hay tiempo para mirar o pensar en los “pide pan”

Mientras tanto ellos buscan ese lugar que ya en otras oportunidades han utilizado para cobijarse de esos primeros fríos que están apareciendo.

Es un portal o algún alero.

En cualquier lugar donde suelen reunirse otros y son esos escondites que se transmiten de boca en boca.

Pueden parecer andar en solitario pero la realidad les lleva a juntarse, generalmente en la noche, porque así se saben menos vulnerables.

Es que nunca faltan aquellos mal entretenidos que refugiados en algún grupo ponen de manifiesto su desprecio por esos seres que deambulan a la luz del día con total libertad y se acurrucan entre trapos y cartones durante la noche.

Los primeros fríos traen a nuestra mente la existencia de esta cruda realidad.

Una realidad que, muchas veces, nos limitamos a juzgar, censurar y despreciar.

Una realidad que no logra muchos simpatizantes por su presencia o por su estilo de vida.

Allí tienen mucho lugar las adicciones pero, también, el desprecio y la marginación.

En cada uno de ellos existe una persona, degradada y deteriorada, pero una persona con una historia que ellos esconden entre sus secretos.

No faltan las oportunidades que resguardan su historia detrás de inventos, imaginación o fantasías con la que ocultan su verdadera realidad.

La ocultan porque, muchas veces, se avergüenzan de esa su historia particular.

En lugar de asumirla y enfrentarla, que es la única manera de repararla como para salir adelante, la rodean de fantasías que hacen que continúen determinando su condición.

Ellos siempre están pidiendo, “un pan” “una chapa” “un papel” o “un abrigo” y ello no es otra cosa de solicitarnos que no los ignoremos.

Estos primeros fríos deben hacernos tener presente la realidad de tantos que viven sumidos en la calle y todo lo que ello implica.

Encuentran los refugios donde pueden descubrir una cama y el poder dormir entre cuatro paredes y bajo un techo.

Algo que, para nosotros, es algo común y muchas veces no sabemos apreciar o valorar en su justa medida es, para ellos, algo extraordinario y suelen no tener las palabras necesarias para agradecer debidamente.

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