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"Una triste realidad", la nueva reflexión del Padre Martín Ponce de León

Averigüé con algunos vecinos sobre ese hombre y me dijeron. Había sido un excelente colchonero a quien el polifón dejó sin trabajo. Vive con un hermano y un amigo. Están todo el día tomando....

Reflexiones Redacción 220.UY Redacción 220.UY

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ponce de leon 234324

Una mañana venía caminando y algo me llama la atención.

Un hombre mayor con los pantalones más debajo de las rodillas miraba un papel buscando algún trozo limpio para continuar limpiándose luego de haber hecho sus necesidades.

Averigüé con algunos vecinos sobre ese hombre y me dijeron. Había sido un excelente colchonero a quien el polifón dejó sin trabajo. Vive con un hermano y un amigo. Están todo el día tomando.

Un día paso en el auto por el frente de la casa y encuentro a los tres hombres sentados en la vereda tomando de una botella de vino.

Uno de los presentes era un cuida coches que conocía de una de las plazas.

Detengo el auto, bajo y me siento en la vereda a conversar con ellos.

Muchas veces, al pasar y ver a alguno de ellos, me detenía a conversar.

Cuando comenzamos la actividad de la mesa compartida fueron integrantes del primer grupo.

Cada vez que teníamos actividad los pasaba a buscar para que no faltasen.

Así conocí su casa.

Les habían cerrado el acceso al baño para que no lo compartiese con un señor al que le había alquilado la totalidad de la casa. Por lo tanto no tenía un baño.

La casa era una pieza sin ventanas y con una única puerta a la que habían quitado las hojas para construir sus camas.

Unos cajones, las hojas de las puertas y los colchones.

Cuando llovía con viento del oeste la lluvia entraba y mojaba las camas de ellos.

Allí no tenían ni luz ni agua.

El agua lo juntaba en unas conservadoras trayéndola del patio del vecino.

Allí en las conservadoras podían verse algas verdes en los costados y flotando muertas mariposas y cucarachas.

Poco tiempo después de la muerte de dos de ellos, el único sobreviviente no caminó más. Vivía acostado.

Debía entrar hasta su cama para entregarle la comida.

A medida iban creciendo los calores del verano el olor era insoportable.

Un medio día le pedí a uno que me acompañaba que bajase y le llevase la comida. Regresó haciendo arcadas.

A la vez siguiente le pedí a otro bajase él y llegó diciendo que él no iba más porque era un olor “presionante”.

Nunca dije que, muchas veces, antes de llegar al auto yo ya había estado vomitando debido al olor repugnante que allí había.

Como no se levantaba orinaba en el mismo lugar donde estaba acostado.

Un día llegué y lo encontré, sin salir de su cama, haciendo sus necesidades junto al piso desde la cama.

Puso un diario sobre lo que había hecho y trató de enderezarse para comer lo que le llevaba.

Así, en esa realidad de miseria, vivía constantemente ya que su deterioro, hasta que, debido a una denuncia, se resolvió su internación.

Desde ese momento todo cambió para aquel hombre y lo que era un horizonte cada vez más cercano y amenazador se transformó en un prolongado día pleno de sol y colore

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