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"Mesa compartida", la nueva reflexión del Padre Martín Ponce de León

Desde ellos hemos podido aprender, siempre es posible mejorar un algo más, a respetar los tiempos de los demás y lo que ello implica.

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Ese es el nombre de una actividad que se lleva adelante en la parroquia desde hace casi diez años.

Cuando se comenzó se tenía muy en claro que no se buscaba realizar un comedor sino compartir la comida con un grupo de personas de la ciudad.

Ha pasado un buen tiempo desde aquel comienzo.

Muchos ya no están porque no están en la ciudad, porque no se encontraron a gusto con la experiencia o porque han fallecido. La gran mayoría de aquellos primeros invitados ya no están más.

Han paso diversas personas con sus historias de vida, con sus adicciones o con sus dificultades.

Desde ellos hemos podido aprender, siempre es posible mejorar un algo más, a respetar los tiempos de los demás y lo que ello implica.

Desde ellos hemos podido aprender que implicarse no es una cuestión de imposiciones sino de una apertura voluntaria del corazón.

Desde ellos hemos podido aprender que siempre hay más razones para agradecer que para quejarse.

Desde ellos hemos podido aprender que por más situaciones difíciles que la vida plantee siempre se pueden encontrar motivos para esperar.

Pero, por sobre todas las cosas, hemos podido aprender a conservar y defender un clima de fraternidad que se ha construido con el aporte de todos.

El que llega se encuentra con un clima de cercanía, alegría y familiaridad que es, hasta ahora, muy difícil de romper.

Como que el clima se impone por sobre la realidad personal de cada uno.

Creo que este es el mayor logro de este prolongado tiempo compartido.

Cuando uno escucha las historias particulares de la vida de cada invitado a la mesa se pregunta cómo es posible llegue con una sonrisa y se retire con el estómago lleno y la sonrisa aumentada.

Un día una persona decía que es muy difícil que los que comparten aquí la mesa vayan a otros lugares porque el acompañamiento que aquí encuentran no lo logran encontrar en otros lugares.

El acompañamiento es la clave de esta tarea.

Es obvio que no es un algo que se impone sino que es una realidad que se va dando con el estar a la mano y teniendo disponibilidad de tiempo para ellos.

En esta tarea nada es más importante que cada uno de los integrantes de la mesa compartida. Cada uno sabe puede contar con el otro y su discreción.

Cada uno es respetado en su originalidad y como tal tratado por ello, gracias a Dios, en estos años nunca hemos tenido momentos ingratos o desafortunados.

Ha habido incomprensiones lógicas entre seres de edades diversas y vidas muy distintas.

Se han dado discrepancias normales en toda relación pero las mismas nunca han terminado en un conflicto y el tiempo se encargó de limar asperezas.

No todo es color de rosas pero, con luces y sombras, se ha podido lograr, entre todos, un clima que llama mucho la atención.

En este tiempo se ha brindado mucha disponibilidad, tiempo y cercanía y se ha recibido muchísima confianza, apertura, colaboración y solidaridad.

Se han ido descubriendo cambios pequeños que no hacen otra cosa que hacernos saber que estamos en camino.

Nadie puede, repentinamente, despojarse de la mochila que carga sobre sus hombros porque allí se guardan inmensos trozos de vida, muchas veces, determinantes.

Pero, en oportunidades se desahogan relatando situaciones que es la forma de aligerar el peso de sus mochilas.

Mesa compartida ha sido una experiencia con un profundo contenido cristiano puesto que lo de Jesús comienza con el hecho de que cada uno se valore como persona y se descubra tratado como tal y ello es lo que, vez a vez, se intenta entre todos.

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