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"Pensamiento", escribe Martín Ponce de León

La totalidad de la otra persona no podemos encerrarla en algunas pobres palabras dichas desde el corazón y la improvisación.

Reflexiones Redacción 220.UY Redacción 220.UY

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Me siento a redactar este artículo y mi sentir se une a mi mente para revivir algo de la que me tocó experimentar la semana pasada.

Sé que el tema de la muerte no es un algo grato para abordar.

Me tocó vivir el fallecimiento de dos seres muy queridos por mí.

Con unas pocas horas de diferencia ambos partieron hacia la casa del Padre Dios.

Dos realidades muy diferentes pero unidas en un final que, siempre, produce el humano dolor de una pérdida.

Uno con un prolongado sufrimiento y la otra con una sorpresa casi repentina.

Uno sumando día a día dolor y la otra con un desenlace rápido y sorpresivo.

Dos realidades diferentes pero ninguna de ambas hace alterar el deber asumir que, físicamente, sus historias personales han concluido.

Sabemos que es solamente una cuestión física ya que continuarán siendo parte de nuestra historia particular.

Dios jamás nos quita esas personas que un día quiso poner en nuestras vidas para ayudarnos a ser mejores personas.

Continúan junto a nosotros de una manera distinta y nos cuesta asumir y aceptar que ello es así.

Solemos creer que se cierra una historia cuando depositamos el cuerpo en su tumba pero ello solamente es real si le añadimos el término “física” a “historia”

Estamos tan acostumbrados a ver, escuchar y sentir lo humano que, solemos pensar, que todo se reduce a esa presencia física que es frágil, se deteriora y se agota puesto que es limitada.

Pero la persona no se limita a lo físico sino que tiene aspectos que no logramos entender por más que asimilemos que así es.

Continúa siendo parte de nuestra historia de una manera distinta y debemos acostumbrarnos a que ello es así.

Los  “recuerdos” no son otra cosa que la más elemental manifestación de esa nueva presencia por ello es que es tan provechoso que sepamos conservarlos en su justo lugar y dándoles la debida importancia necesitan.

Cuando debemos despedir a un ser querido sentimos que nuestras palabras no son suficientes ya que nos gustaría poseer esa única palabra que brinde el consuelo humano necesario en ese momento.

Cuando debemos despedir a un ser querido experimentamos la pobreza de nuestro lenguaje ya que sabemos omitimos muchas realidades que hacen a la vida física de esa persona.

Con el paso del tiempo nos preguntamos cómo olvidamos de mencionar tal o cual situación o vivencia.

Es allí cuando experimentamos que la mejor y más completa palabra es pronunciar su nombre con todo el cariño que se experimentó durante su presencia física.

Podemos resaltar algunas cualidades pero no manifestar la dimensión que ellas adornasen a la persona referida.

La persona del otro siempre es mucho más elocuente que cada una de nuestras pobres palabras.  

La totalidad de la otra persona no podemos encerrarla en algunas pobres palabras dichas desde el corazón y la improvisación.

El otro siempre desborda nuestras capacidades.

Es, tal vez por ello, que, en oportunidades, nuestro mejor decir de los seres queridos fallecidos es pronunciar su nombre y permitir que los recuerdos broten desde el corazón y la mente.

 
Quiero concluir este artículo permitiendo a mi ser que en silencio pronuncie esos dos nombres para que el GRACIAS a DIOS por sus vidas llegue hasta Él.

 

 

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