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Columna: Salarios y productividad, por Aníbal Durán

Aníbal Durán es el Director Ejecutivo de la Asociación de Promotores Privados de la Construcción del Uruguay (APPCU)

Columnas 12/11/2023Redacción 220.UYRedacción 220.UY

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Hemos abordado el tema de la productividad en varios artículos, en 
distintas publicaciones. Lo hacemos no desde la idoneidad que tenemos 
del mismo, sino por la inquietud que nos despierta, habida cuenta del 
“atraso” que padecemos en la materia. En la industria de la construcción 
el tema es motivo de debate permanente y de análisis consecuente. 
Un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo dice, que el bajo 
crecimiento de la productividad es la raíz del deficiente crecimiento 
económico de América Latina y que el logro de una productividad más alta 
debe ubicarse en el epicentro del debate económico actual. 
En los últimos 50 años América Latina y nuestro país particularmente, han 
hecho caso omiso a la productividad, motor del crecimiento económico. Si 
bien la tasa de acumulación de factores de producción de estos países 
(maquinaria, infraestructura) dista mucho de la que muestran los países 
desarrollados y las economías asiáticas de rápido crecimiento, las 
principales diferencias de desempeño entre países exitosos y aquellos 
menos exitosos, parecen estar esencialmente en las diferencias de 
productividad.
La productividad de un factor productivo es la cantidad de bienes o 
servicios que se obtiene por unidad utilizada de ese factor. Por ejemplo, la 
productividad del trabajo es la cantidad de bienes y servicios obtenidos 
por hora de trabajo utilizado; la productividad del capital, es la cantidad 
de bienes y servicios obtenida por cada hora de servicios del capital 
utilizado.
La baja productividad suele ser el resultado no intencionado de una gran 
cantidad de fallas del mercado y del Estado que distorsionan los incentivos 
para innovar, impiden la expansión de compañías eficientes y promueven 
la supervivencia y el crecimiento de empresas ineficientes.
Como recomienda el BID, hay que hacer de la productividad un tema 
central del discurso público, como lo son el crecimiento, la inflación o la competitividad. El crecimiento de la productividad depende de que los 
ciudadanos y los formadores de opinión le exijan al sistema político, 
políticas adecuadas.
Seguramente en nuestro sector (y en cualquier otro), el problema no 
estriba sustancialmente en el salario alto. Además, cuando decimos alto, 
tenemos que preguntarnos ¿respecto a qué? En materia económica 
importan los términos relativos y no los absolutos. La pregunta 
determinante parece ser: cuántas horas hombre y cuántas unidades de 
capital insume elaborar una unidad de determinado bien o servicio? Es 
decir: si para construir un edificio en un país se emplean 100 horas 
hombre y en otro país, 50 horas hombre, es notorio que la remuneración 
en el segundo puede ser 100% superior sin alterar la rentabilidad global de 
la empresa.
El problema de fondo radica en que los norteamericanos o europeos 
producen entre 3 y 4 veces más bienes por hora trabajada que nosotros y 
que además con cada dólar que ganan compran aproximadamente 1.5 
veces más bienes y servicios que nosotros.
Téngase en cuenta además que cuando decimos productividad no nos 
referimos solamente a la mano de obra; se puede ser más productivo 
desde el diseño de un proyecto arquitectónico, por ejemplo.
En definitiva, la productividad es una actitud mental, buscando mejorar en 
forma sostenida todo lo que existe, con la convicción de que se pueden 
hacer las cosas mejor para superar (siempre) logros del pasado. No 
encarar el tema es hipotecar el futuro.
Crear un Instituto de la Productividad, estimamos, se impone. Lo hemos 
conversado con el Ministro de Trabajo en más de una oportunidad y la 
idea la ve viable. Pero incluso con algún asesor que podría ser referente 
en el Frente Amplio y también coincide.
Hay otro aspecto no menor, que incluso he escuchado de algunos 
promotores: el adoptar una referencia, una guía, determina un parámetro 
que servirá como “techo”, lo que tornaría dificultosa una eventual 
modificación si fuera menester.
En fin; necesariamente, continuará…
 

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