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"Mesa de vida", escribe el Padre Martín Ponce de León

Cuando escuchamos la Palabra no debemos hacerlo preguntándonos “¿Qué dice?” sino poniendo toda nuestra atención para llegar al “¿Qué me dice?”

Reflexiones Redacción 220.UY Redacción 220.UY

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Cada vez que participamos de una eucaristía celebramos, en Cristo, la vida.

La vida iluminada por la Palabra de Dios y compartida desde la fraternidad.

La vida que construye a Cristo y a Cristo que hace plena la vida.

Una eucaristía es, sin duda, un regalo que Dios nos hace ya que resulta imposible merecer, de nuestra parte, interactuar con Cristo.

Permitidme recorra una celebración mirando, muy superficialmente, cada uno de sus momentos.

Por ello es que, siempre, nuestras eucaristías comienzan con un pedido de perdón ya que es una invitación a ubicarnos en nuestro lugar.

No participamos de una eucaristía porque “la merecemos” sino porque “la necesitamos”

En otra oportunidad reiteraremos el concepto expresando que “no soy digno”

Cuando escuchamos la Palabra no debemos hacerlo preguntándonos “¿Qué dice?” sino poniendo toda nuestra atención para llegar al “¿Qué me dice?”

La Palabra no es una invitación a recordar, ni a aprender, sino que es el mismo Dios que tiene algo para decirme y, así, ayudarme a ser mejor como ser humano.

Cuando nos limitamos a escuchar un relato de la escritura, muchas veces escuchado, nos perdemos la oportunidad de escuchar a Dios que, sin duda, tiene algo para decirnos.

En el pan y en el vino no ofrecemos otra cosa que “el trabajo de los hombres”. Es allí donde se hará presencia real Cristo.

Cada uno llegamos con nuestras vivencias particulares y son ellas las que se deben hacer presencia en el pan y el vino para que tales ofrendas tengan el mas pleno de los sentidos.

Allí debemos poner nuestras vivencias cotidianas, nuestras alegrías, nuestras dificultades y nuestros sueños. Es en lo nuestro y para lo nuestro que Jesús se hará realidad plena.

Él quiere necesitar de nuestra vida con sus valores y sus límites.

Descubrir y hacer realidad tal cosa no deben hacer otra cosa que “levantar nuestro corazón” a Dios y darle gracias con todo nuestro ser.

No quiere ni espera nuestra vida perfecta sino esa nuestra vida bien concreta y plena de necesidades.

Sobre nuestra realidad es que habrá de actuar para que lo nuestro se transforme en Cristo y su presencia sea real y verdadera.

Una vez presente sobre la mesa de la vida le hablamos sobre “su pueblo” peregrino.

Le hablamos de la Iglesia, de los difuntos y de nosotros pidiendo nos ayude a ser coherentes con lo que estamos celebrando “con El y en El”

Es, entonces cuando proclamamos nuestra realidad de cristianos y nuestra disponibilidad a intentar vivir como tales.

Nuestra vida transformada por Cristo y en Cristo solamente tiene sentido pleno si nos brindamos. Si nos animamos a salir de la seguridad de la mesa para trasladarnos a la intemperie de la vida de cada uno.

Cristo se nos brinda como alimento para que nuestras necesidades sean satisfechas.

Se nos brinda en la medida que nos sabemos necesitados de su ayuda para poder vivir a pleno nuestra condición de cristianos.

Una vez que se ha hecho comunión con nosotros, al igual que Él, nos envía bendiciéndonos.

La eucaristía es una acción de gracias que debe hacerse realidad en nuestra vida cotidiana.

Es un canto a la vida que, depositada sobre la mesa se deja transformar para ser enviados al hoy y llenarlo de la “Buena Noticia” de Jesús.

En cada eucaristía algo nuestro se pierde y da lugar a algo de Él.

En cada eucaristía nuestra vida se deja cuestionar por Dios para intentar ser más coherentes con el Cristo que celebramos.

En cada eucaristía se llena la mesa de nuestra vida para que la vida de los demás se llene de ese Cristo presente sobre la mesa.

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