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"Otra persona", escribe Martín Ponce de León

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Martin Ponce de León 24332 (1)

Nos acompaña desde los primeros tiempos.

Eran, casi todos, al comienzo, personas mayores menos él que era un jovencito.

Solía hablar únicamente con monosílabos. Unos monosílabos que pronunciaba en voz baja y con muy pocas ganas.

Escondía su rostro detrás de una capucha que no se retiraba en ningún momento.

En oportunidades solía hablar de lo suyo con muy pocas personas.

Fue así que nos pudimos enterar de la existencia de una hija a la que la madre no le permitía tener mucho contacto debido a que no tenía trabajo. Que fuera cuida coche no era considerado un trabajo por la madre de su hija.

Poder encontrar una solución a ello fue una ocupación bastante urgente hasta que se pudo encontrar una solución.

En una oportunidad teníamos un grupo de personas que compartían la mesa con nosotros. Habían venido de otra localidad y nos visitaban. Él debía retirarse ni bien hubiese concluido la comida. Estábamos de sobremesa pero él se iba y, para sorpresa de varios, saludó uno a uno a todos esos que en la oportunidad nos visitaban.

En silencio contemplamos, con asombro y satisfacción, aquel simple gesto que decía de un cambio.

También fue un cambio el que, un día, pidiese para traer a comer a su hija puesto que como estaba trabajando, la madre de ella le permitía tenerla por todo el día y él quería que conociera el lugar.

Era parco, monosilábico pero ya estaba mucho más integrado.

Cuando comenzó a trabajar, donde hasta hoy está, me planteó su deber abandonar “La mesa compartida” puesto que no entraba dentro de los destinatarios de la actividad. Le manifesté que no era de nuestro interés que dejase de acompañarnos pero que era una cuestión suya. Ya van doce años que nos acompaña.

Desde hace un tiempo, si alguien de los primeros tiempos de nuestra “Mesa compartida” viniese no podrá creer lo que ve y escucha.

Llega y saluda a todos y a cada uno de los presentes y lo mismo hace al retirarse y que haga tal cosa no sería lo que más llamase la atención.

Lo más llamativo es que su voz es la que predomina tanto en la previa como durante el almuerzo o al finalizar mientras barre el salón.

Son cuentos, bromas o historias que relata en un idioma muy particular porque lleno de expresiones ocurrentes.

Son relatos donde se ríe de él mismo, donde le toma el pelo a alguien o donde expone sus conflictos.

Hoy es una persona que ya no necesita de su inicial capucha para esconder su rostro puesto que mira a todos a los ojos cuando conversa con todos por igual.

Hoy es otra persona y todo el mérito es suyo puesto que ha sido él con su integración y apertura que, sin duda, debe de haberle costado mucho empeño y esfuerzo.

Hoy es tan otra persona que con su actual postura no hace otra cosa que disfrutar de lo que ha logrado para sí.

Ya no recurre a monosílabos sino que se explaya con palabras y gestos que dan color a su conversación.

Ya no habla casi en silencio sino que, con su voz potente, llena de alegría nuestra “Mesa compartida”

Ya no habla para solicitar algo sino que comparte sentimientos, pide opiniones o comparte lo que ha pensado.

Hace un tiempo tuvimos una comida especial y él se instaló en una mesa donde se encontraban dos personas a las que, tal vez, nunca había visto y conversó y compartió con total naturalidad. Antes se habría marchado sin comer por no estar con desconocidos.

Sin lugar a dudas, hoy su presencia, es motivo de gratitud por estar acompañándonos y ayudándonos a vivir momentos gratos

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