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"Terremoto", escribe Martín Ponce de León

Como no teníamos la suerte de poder encontrarlo y el perro podía haberlo destruido, le digo que vamos a ir a comprar uno nuevo.

Reflexiones Redacción 220.UY Redacción 220.UY

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Transcurría el día y, me llamaba la atención, en ningún momento había encendido el televisor.

Ya eran cerca de las 16 horas. Me iba a poner a tomar unos mates y le comento de la oportunidad de encender el televisor.

Como no tenía a la vista el control me pongo a buscarlo sin suerte. Él se une a mi búsqueda y responsabilizando al perro de haberlo sacado del lugar donde suele estar.

Como era una posibilidad cierta el que el perro lo hubiese tomado es que mi campo de búsqueda se hace más amplio.

No logro ver nada que me dijese que el perro lo había destruido. Él continuaba buscando y culpando al perro.

Como no teníamos la suerte de poder encontrarlo y el perro podía haberlo destruido, le digo que vamos a ir a comprar uno nuevo.

Allí salimos. En el comercio me preguntan por la marca del televisor, cosa que yo ignoraba, y me recomiendan tomar una foto de la etiqueta que se encuentra detrás del mismo.

Volvemos a la parroquia con el cometido de sacar la foto solicitada y volver al comercio para adquirir uno nuevo que responda a lo necesario.

Mirando la foto que había sacado me entregan un control y regresamos a casa.

Una vez llegados y mientras probaba el nuevo control, él saca el buscado de uno de sus bolsillos de la campera y me dice: “¿Usted buscaba esto? Estaba dentro de esa caja y allí nunca buscó”

Durante un momento de nuestra búsqueda lo tomó y lo guardó en el bolsillo y con él allí fuimos y vinimos hasta el comercio.

Es evidente que mis comentarios no pueden reproducirse en este relato puesto que el artículo sería censurado y lo dejo a su imaginación la reproducción de los mismos.

Unos días después me dice: “El coso de la tele está allá arriba”

No entendía lo que me decía y debí preguntarle sobre lo que me hablaba.

“El coso de la tele” “¿Qué coso?” “El que compró el otro día”

Me di cuenta de lo que hablaba pero, igualmente, volví a preguntarle: “¿Qué coso?”

“El terremoto que compró el otro día”

Sin olvidar que cada uno de nosotros somos parte de los demás podemos afirmar que, muchas veces, las conductas de los demás producen en nuestro interior un verdadero terremoto.

Cuando pretendemos (y es algo que sucede con demasiada frecuencia) que los demás actúen como nosotros actuaríamos y no lo hacen, hay un algo en nuestro interior que se conmueve y tiembla.

Cuando la conducta del otro nos resulta imprevisible hay algo en nuestro interior que se desacomoda.

Debemos llegar al otro sin pretender determinada conducta puesto que muchas veces decimos que esperamos se actúe con sentido común como si el nuestro fuese el modelo de sentido común existente.

El otro es como es y actúa respondiendo a su realidad particular y no podemos pretender o esperar otra cosa.

El actuar del otro, para no causar un terremoto en nuestro interior, debe ser visto desde su manera de ser y debemos ser muy respetuosos de ello.

Gracias a Dios todos somos distintos y ello hace que existan muchas y diversas conductas ante las situaciones que nos tocan vivir.

De no ser así toda la vida sería un prolongado aburrimiento puesto que ya sabríamos como actuarían todos y todos tendríamos una idéntica respuesta.

Ese terremoto interior que despiertan las conductas de los demás hace que nos preguntemos y saquemos lecciones para nuestro vivir.

No somos los dueños de la única verdad.

No poseemos el manual de las conductas correctas. Tenemos mucho para aprender aunque, en oportunidades, el actuar del otro nos produzca mucho más que un terremoto.

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