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"Un pide pan", escribe Martín Ponce de León

Yo le escuchaba mirando sus ojos que por momentos se endurecían y en otros momentos se llenaban de delicadeza.

Reflexiones Redacción 220.UY Redacción 220.UY

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Su aspecto era por demás llamativo.

Su ropa decía de un uso abundante y prolongado.

Su calzado reclamaba un cambio inmediato.

Una frazada sobre sus hombros le daba ese aspecto llamativo que atraía mi mirada.

Con una voz tan cansada como su andar se llegó hasta mí y me preguntó si yo era el P. Martín y ante mi respuesta afirmativa me preguntó si podía hablar conmigo un instante.

Le invité a sentarnos en el cordón de la vereda, quería supiese no tenía nada más importante que poder escucharle, y nos dispusimos, él a conversar y yo a escucharle.

Me preguntó si no me perjudicaría que me viesen sentado en la calle conversando con él. Le contesté que nadie prestaría atención a ello.

Medio que pretendió esbozar una sonrisa pero su rostro hizo una extraña mueca.

Se puso a conversar de su vida. Una vida donde se mezclaban frustraciones con alcohol y drogas. Una vida donde surgían recuerdos y soledad. Una vida donde, por sobre todas las cosas, abundaba el rechazo a su situación y a quienes lo rechazaban.

Su lenguaje era muy limitado pero suficiente de bronca y resentimiento.

Yo escuchaba su relato y me preguntaba cuánto habría de verdad en todo lo que me manifestaba y me preguntaba qué sería lo que habría de solicitarme.

Pérdida de su familia por culpa del alcohol, cárcel por un robo, soledad y calle.

Yo le escuchaba mirando sus ojos que por momentos se endurecían y en otros momentos se llenaban de delicadeza.

Algunas de sus historias eran similares a otras historias escuchadas en alguna otra oportunidad.

Nada de lo suyo llamaba mi atención puesto que su realidad no era tan extraordinaria como él pensaba lo era.

Hablaba y no tenía apuro en hacerlo. Se explayaba en los detalles de sus relatos.

Cuando concluyó la charla habían pasado más de cuarenta y cinco minutos.

“Usted se habrá preguntado qué le voy a pedir” Yo me sonreí y le pregunté si él leía los pensamientos y me respondió con una sonrisa.

“Sí, le voy a pedir un algo de ropa limpia y un lugar donde darme un baño pero, también, necesitaba hablar con alguien”

Como todo eso estaba a mi alcance le propuse subir al auto de la parroquia y trasladarnos hasta allí para cumplir con su pedido.

Mientras viajábamos él me contó de localidades por donde había estado y lugares donde había estado en la ciudad.

Yo le miraba de reojo y me llamaban la atención las muchas arrugas de su rostro y lo curtido de sus manos.

Ya no me resultaba llamativo su aspecto.

Unas manos grandes con algunas cicatrices y mucho tiempo de falta de abundante limpieza.

Unas manos grandes que movía para acompañar sus relatos y, tal vez, por el hecho de sentirse con más confianza.

Buscamos algunas ropas que seleccionó con cuidado. Le acerqué una toalla y una barra de jabón. “Todo el calefón es para vos. Bañate tranquilo y sin apuro”

Cuando salió de la ducha tenía una sonrisa en su rostro. “Ahora soy otro”

Un pide pan es una persona y no pretende mucho más que ser tratado como tal.

Poseen unas historias de vida que están muy lejos de poder acercarse a nuestra imaginación.

No pretenden le solucionemos la vida sino que les ayudemos a pasar mejor el momento.

Son sabedores de que su aspecto puede despertar temores o rechazo peo no les agrada se lo hagamos notar.

Muchas veces esperan de nosotros algo que no es lo que nosotros suponemos nos habrán de pedir.

Un pide pan es Jesús que se llega hasta nosotros para despertar nuestra sensibilidad.

Un pide pan es Jesús que se nos acerca para invitarnos a salir de nosotros mismos y escuchar y dar nuestra mano desde lo que está a nuestro alcance.

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