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"Espeso", escribe Martín Ponce de León

“Esperemos que cuando despierte esté más tranquilo” manifestó uno de los presentes y con ese sentimiento fue que nadie osó molestarle en su dormir.

Reflexiones Redacción 220.UY Redacción 220.UY

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Llegó con unas cuantas copas de más.

Luego de unas cuantas vueltas y de pretender ser escuchado en exclusivo, decidió tirarse en un sillón.

Al comienzo, pese a estar tirado en el sillón, se levantaba constantemente para aclarar algo que escuchaba.

Sus aclaraciones resultaban tan complejas que nadie prestaba atención a las mismas.

El hecho de no ser escuchado le incomodaba y, por ello, molesto, volvía a tirarse en el sillón donde, luego de un tiempo se durmió profundamente.

Durante todo el almuerzo durmió sin hacerse notar y sin que nadie le molestase.

“Esperemos que cuando despierte esté más tranquilo” manifestó uno de los presentes y con ese sentimiento fue que nadie osó molestarle en su dormir.

Despertarle habría sido como, pleno de conciencia, patear un camoatí y nadie estaba dispuesto a ello.

Poco después de terminar la comida mientras se lavaba y ordenaba todo comenzó a dar señas de haberse despertado sin que ello indicase estaba en mejor estado.

Los humos del mucho alcohol continuaban estando en él. Su voz así lo dejaba intuir.

Cada vez que alguien hablaba, él desde el sillón donde permanecía acostado, gritaba “Callate”

Nadie le prestaba atención y, por ello, su grito iba acompañado de un: “Cascarriaje”

Todos continuaban conversando y haciendo oídos sordos a aquella voz cada vez más potente.

Llegó un momento en que se levantó y salió a enfrentar a quienes hablaban.

No tenía idea de lo que se hablaba pero, igual, discutía sobre lo que se decía y lo equivocado que estaban los que decían algo.

Así, discutiendo, salió al patio y allí continuó con una prolongada charla sobre fútbol.

Uruguay, Argentina, Perú, Japón y el Mineiro entraban en su interminable discurso.

Parecía como que cada tanto aumentaba el nivel de su voz y su garganta se negaba a continuar subiendo de tono.

No tenía a alguien en particular como auditorio sino que se limitaba a gritar puesto que en un momento dejó de hablar.

Gritaba y, creo, nadie le escuchaba puesto que lo suyo era una extraña mezcla de incoherencia pronunciadas a viva voz.

Pasó uno de los presentes y me dice: “Se levantó más espeso que cuando se durmió”

Cuando está alcoholizado se torna verdaderamente espeso y tener que escucharlo se vuelve casi imposible de soportar.

Ya es conocido por todos y, por ello, saben que cuando ha tomado un poco de más hay que soportar su estar “espeso”

Ello, sin duda, es parte del aceptar al otro tal como es.

Disfrutando los momentos de claridad e ignorando sus momentos espesos.

Aceptar al otro no es, solamente, disfrutar con el otro los buenos o lindos momentos sino, también, respetando sus momentos densos.

Uno es consciente de que el otro, en su estado, ni cuenta se da de lo espeso que está y de lo insoportable de su perorata pero, igualmente se le respeta y se acepta en ese estado.

Claro que es muy grato compartir con otro cuando la conversación nos atrapa o nos hace despertar una sonrisa pero no lo resulta tanto cuando lo del otro se nos hace tedioso o molesto.

Aceptar al otro requiere de un empeño constante de nuestra parte ya que, en oportunidades, somos nosotros quienes no tenemos ganas de tolerar a nadie.

Debemos saber reconocer esos momentos y buscar la manera de poder estar al margen de los demás ya que no podemos pretender los demás tolere nuestra intolerancia.

Aceptar al otro implica un constante ejercicio del sentido común puesto que no podemos pretender que alguien actúe correctamente cuando está “espeso” por unos tragos de más.

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