
Creo que lo más difícil es ese elemental punto de partida como es el hecho de reconocer que nos equivocamos, que ofendemos.
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Conversaban sobre una actividad. Yo me encontraba junto a ellos pero no intervenía en la conversación.
Por diversas razones esa concreta actividad se les complicaba por no poder contar con quien la pudiese realizar.
Yo, delante de ellos, era un simple observador.
Un observador que no solamente no participaba sino que no era tomado en cuenta y, tal cosa, progresivamente me iba incomodando.
Sobradamente soy sabedor de mis límites humanos y, mucho más, de mis límites cristianos.
A medida transcurría la conversación entre ellos mi mente iba pensando en la respuesta que habría de dar cuando se me consultase si podría realizar tal actividad y todo me llevaba a responder negativamente.
Con el paso de la conversación fui tomando conciencia de que no me habrían de solicitar colaboración y ello fue lo que sucedió.
No entraba en la conversación pero también no era tenido en cuenta.
No solamente no servía sino que ni siquiera era capaz de ser tenido en cuenta como para que se me preguntase si podía dar una mano que en diversas oportunidades he dado.
Yo era inservible.
Tan inservible que ni siquiera podían tener el detalle, ya que estaba delante de ellos, de ser consultado por si podía colaborar para colaborar con la complicación que enfrentaban.
A esa altura ya estaba convencido que, de ser consultado, habría de responder negativamente.
Por un lado experimentaba la incomodidad de aquella conversación puesto que, en aquel momento, no existía para ellos. Era una presencia invisible. O aquella conversación era un desubique puesto que podrían haber esperado no estuviese para mantenerla.
Por otro lado me agradaba el haber estado presente en la conversación puesto que ello me hacía tomar conciencia de que, para ellos, yo era inservible.
Y, ¿sabe?, me gustaba resultar inservible ya que ello me hacía tomar conciencia que no servía a sus intereses.
No respondía a su manera de pensar ni de encarar su ser cristianos. Su postura cristiana no transita por mi postura.
No entraba en la misma dirección que ellos entienden debe ser la correcta postura cristiana.
No era digno de ser tenido en cuenta, yo era inservible, y ello me agradaba.
Muy bien no sabía lo que primaba en mi interior. Si el incomodarme por resultar inservible o la satisfacción de no ser tenido en cuenta por pensar como pienso y tener una postura que no es de su agrado.
Una postura que, evidentemente, no coincide con la suya.
Una postura con la que no concuerdan pero con la que intento ser más y más coherente porque estoy convencido es lo que Dios me pide que viva y sostenga.
Soy un convencido de que el cristianismo es una realidad que se vive en el encuentro con los demás y no, solamente, encerrado dentro de un templo y sus celebraciones.
Soy un convencido de que el cristianismo es una tarea de constante búsqueda y no de aferrarse a algunas certezas propias de algunos manuales.
Soy un convencido de que el cristianismo no es la mera posesión de algunas verdades sino una actividad que ayuda a construir personas dignas.
Soy un convencido de que el cristianismo no son verdades que se enseñan sino verdades que se buscan y viven.
Soy un convencido que está muy bueno poder sentirse inservible si ello trae como consecuencia el intento de ser más coherente.
Creo que lo más difícil es ese elemental punto de partida como es el hecho de reconocer que nos equivocamos, que ofendemos.
"Puede parecer un simple detalle producto del tiempo que ha transcurrido entre el hecho y su escritura, pero, también, dice mucho para la mentalidad religiosa de aquel tiempo", dice Ponce de León.
Deseos puesto que el año transcurrido nos ha dejado un cúmulo de experiencias y existen algunas que deseamos prolongarlas y se dan otras que debemos buscar o modificar, dice Ponce de León.
Quizás haya alguien a quien dicho perfume no le agrade por intenso o penetrante, por duradero o invasivo. Yo, debo reconocerlo, me descubro disfrutando de tal aroma, dice Ponce de León.
Eran casi las ocho de la mañana y ellos comenzaban el día tomando y, tal cosa, se prolongaría durante todo el día y todos los días.
"Ya lo han intentado, infructuosamente, casi toda la noche. Una vez más no puede incomodar a nadie y le hacen caso al hombre de la orilla...", dice Ponce de León.
Son manos grandes y ásperas producto de muchos años dedicados a tareas diversas y exigentes.
Nuestro intento no pasa por ser una prolongada parodia de un personaje que debemos intentar imitar lo más perfectamente posible.
El cura párroco que está al frente de una importante obra social, con la puesta en marcha de un comedor que ya tiene varios años, habló con 220.UY sobre la realidad social que hoy se vive.
"Para que las claudicaciones no nos frustrasen. Para que supiésemos enfrentar la cruz sin reniegos ni miedos alienantes", dice Ponce de León.