
Creo que lo más difícil es ese elemental punto de partida como es el hecho de reconocer que nos equivocamos, que ofendemos.
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Escuché por un momento a aquella persona que me hablaba respondiendo a una pregunta que le había formulado.
Su respuesta no hacía otra cosa que ponerse como víctima de interesadas malas interpretaciones.
En ningún momento pronunció alguna palabra que diese a entender que él podía haberse equivocado.
De algún lado surgían esas críticas a su comportamiento ya que eran más de una las voces que censuraban su comportamiento.
Eran los demás los que estaban equivocados pero solamente ellos eran los que estaban en el error.
En ningún momento se planteó, siquiera, un “puede ser que me haya equivocado”
Es lo más cómodo y lo más fácil.
Si alguien está equivocado es el otro y ello no puede ser siempre lo correcto.
Algo debe de haber realizado, aunque más no sea, para que otros piensen o supongan eso de lo que se le señala.
Quizás deba comenzar por preguntarse si no será que algo hizo equivocadamente.
Quizás con sus actitudes brindó una imagen equivocada. Esa imagen por la que, ahora, se le cuestiona.
Pero cuando uno se cierra y se pone en una postura de víctima se posiciona en un lugar desde donde solicita a los demás un cambio que no comienza por él.
De cierta manera, con su posición, está diciendo: “Cambien, Son ustedes los equivocados no yo”
Quizás la verdad absoluta no la tenga ninguna de las dos partes.
Quizás las dos partes tengan un algo de equivocación y a cada uno le corresponde la necesidad de asumir ese trozo que le corresponde.
Es muy cómodo ponerse en el papel de víctima y pretender que los demás sean quienes deben corregirse.
Quien se pone en el papel de víctima se cierra a mirar lo que, posiblemente, sea equivocado de su parte ya que asume que de su parte no hay nada para modificar.
Quizás su comportamiento no llegue a ser equivocado pero, por lo menos, es un comportamiento no muy acertado puesto que permite esas interpretaciones que otros realizan.
Pero ello es imposible de asumir si se ha puesto en la víctima de los demás.
Por otro lado, por lo menos, debería preguntarse qué es lo que ganan los demás poniéndose en su contra ya que por algo lo hacen.
Cuando alguien es perseguido es por algo o porque pretenden algo con tal persecución.
Si alguien, con su comportamiento, es inocuo a nadie molestaría y no se tiene razón para que se le persiga o acuse.
Pero hay que tener el coraje de asumir que algo suyo pudo o puede incomodar a los demás o a alguien.
“Ninguno de nosotros somos plata para que todos lo quieran” me decía con frecuencia una señora.
Podemos ser cuestionados por nuestras conductas. Podemos equivocarnos, podemos no ser lo que la realidad está pidiendo pero debemos aceptar que tenemos el derecho a equivocarnos.
Cuando nos ponemos en víctimas nos cerramos a revisar nuestro actuar ya que partimos de la base de que estamos acertados y los demás equivocados.
La víctima se ubica en una postura tan cómoda que es imposible pretender de él una revisión de su actuar.
Con quien se pone en el rol de víctima es casi imposible dialogar puesto que se aparta de su comodidad.
Con razón o sin ella quien asume el rol de víctima no hará otra cosa que regodearse en ese rol y, si es posible, acrecentarlo un poco más.
Creo que lo más difícil es ese elemental punto de partida como es el hecho de reconocer que nos equivocamos, que ofendemos.
"Puede parecer un simple detalle producto del tiempo que ha transcurrido entre el hecho y su escritura, pero, también, dice mucho para la mentalidad religiosa de aquel tiempo", dice Ponce de León.
Deseos puesto que el año transcurrido nos ha dejado un cúmulo de experiencias y existen algunas que deseamos prolongarlas y se dan otras que debemos buscar o modificar, dice Ponce de León.
Quizás haya alguien a quien dicho perfume no le agrade por intenso o penetrante, por duradero o invasivo. Yo, debo reconocerlo, me descubro disfrutando de tal aroma, dice Ponce de León.
Eran casi las ocho de la mañana y ellos comenzaban el día tomando y, tal cosa, se prolongaría durante todo el día y todos los días.
"Ya lo han intentado, infructuosamente, casi toda la noche. Una vez más no puede incomodar a nadie y le hacen caso al hombre de la orilla...", dice Ponce de León.
Son manos grandes y ásperas producto de muchos años dedicados a tareas diversas y exigentes.
Nuestro intento no pasa por ser una prolongada parodia de un personaje que debemos intentar imitar lo más perfectamente posible.
El cura párroco que está al frente de una importante obra social, con la puesta en marcha de un comedor que ya tiene varios años, habló con 220.UY sobre la realidad social que hoy se vive.
"Para que las claudicaciones no nos frustrasen. Para que supiésemos enfrentar la cruz sin reniegos ni miedos alienantes", dice Ponce de León.