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"Pedante", nueva reflexión del Padre Martín Ponce de León

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Una persona, muy especial para mí, suele decirme que soy muy pedante. “Lo disimula pero se sabe”

Sin lugar a dudas es un alguien que me conoce y debo prestar mucha atención a su comentario puesto que, tal vez, es lo que trasmito con mi forma de ser.

Debo reconocer que intento corregir tal cosa puesto que nada me incomodaría más que acrecentar tal condición.

Nunca lo hubiese pensado y hasta que no me lo dijo no lo había tenido en cuenta y, mucho menos, lo había asumido como parte de mi realidad.

Quizás, por ello, es que me despiertan tanta admiración esos seres que saben ser de perfil bajo.

Esos seres que van marcando un camino sin que, por ello, hagan alarde de su condición.

No me resultó fácil asumir que debía comenzar a intentar menguar esa condición que esa persona veía y me hacía notar.

Tal vez por ello es que Dios ha querido poner en mi vida a tantos seres tan especiales puesto que debo aprender mucho de ellos si es que deseo ser mejor persona.

Es evidente que puedo realizar una lista de esas personas especiales que he ido encontrando a lo largo de mi vida y podría hacer un elenco de sus cualidades para tener un manual vivo de cómo se debe actuar.

En ese elenco habría de encontrar algunas pautas comunes y otras muy diferentes entre ellos.

Es que cada persona que Dios nos regala para que forme parte de nuestra vida posee realidades únicas que, sin duda, nos ayudan a que nos ayudemos a ser mejores como personas.

No es que cada una de esas personas sean mejores que las otras sino que son, únicamente, diferentes y, por ello, tan valiosas y especiales.

Me viene a la mente aquella persona que, aparentemente, es toda fortaleza y asperezas que pueden impedir que se llegue a su interior pleno de sensible solidaridad y notoria cercanía. Sabe asumir fundamentadas posturas que, en oportunidades, pueden resultar incómodas pero, también, dejar de lado lo suyo para jugarse la piel por lo que se ha resulto como camino a seguir.

Me viene a la mente el rostro de aquella persona que sabía hacer un culto a la cercanía y el acompañamiento. No era la que llevaba la voz cantante en la toma de decisiones pero hacía de su actitud un canto a la servicialidad y disponibilidad. Una vez que se empeñaba en alguna tarea sabía ser incondicional a la misma.

Me imagino a aquella persona que todo lo suyo está impregnado de delicadeza y sonrisas. De ella nunca se recibirá una palabra subida de tono ni un rostro crispado. Con su forma de actuar es demasiado elocuente como para resultar indiferente o intrascendente.

Recuerdo a ese ser que sabe salir a la intemperie para brindarse con el rostro pleno de amabilidad y comprensión. Se involucra tanto en las situaciones con las que se encuentra que las termina viviendo como suyas por más que sabe conservar esa distancia necesaria para poder ayudar a resolver los problemas.

Así podría dejar que mi mente vaya trayendo distintos rostros para ir descubriendo siempre he podido encontrar enseñanzas que, tal vez, no he sabido aprovechar debidamente.

Reconocer, es sin duda el primer paso. Dejarse ayudar (aprender) es la segunda realidad a tener en cuenta. Luego viene el comenzar a poner en práctica lo aprendido en las cosas cotidianas de la vida.

No es necesario esperar grandes momentos para comenzar a cambiar sino que se debe ir haciendo ejercicio en lo cotidiano.

El ir aprendiendo es una realidad que debemos ir ejercitando a diario y en todo lo que hacemos.

Lo importante no son los grandes saltos que podemos brindar sino los pequeños pasos constantes que debemos mantener

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