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"Pequeño detalle", escribe Martín Ponce de León

No soplaba puesto no había hendijas por donde pudiese entrar. Tenía entrada libre y lo aprovechaba para pasearse por el interior de la casa.

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A raíz del pequeño incendio sufrido en la casa parroquial se rompieron (y ya fueron repuestos gracias a la generosidad de alguien) unos vidrios del frente de la casa.

Parecería el viento se enteró de ello.

Ese viento que casi siempre pasa por la cumbre de la cuchilla donde está instalada la casa parroquial y el templo.

Ese viento que, en verano, quienes vienen a la eucaristía, disfrutan puesto que no se encuentra en el llano de la ciudad.

Esos días donde no había vidrios en la ventana ni en la puerta, se puso de frente y soplaba con fuerza.

No soplaba puesto no había hendijas por donde pudiese entrar. Tenía entrada libre y lo aprovechaba para pasearse por el interior de la casa.

Con algún nylon intenté acortar el espacio que tenía en la ventana y en la puerta pero, igual, entraba con comodidad.

Entraba y recorría la casa como si estuviese aprovechando la oportunidad para conocer el interior de la misma o para acortar camino y continuar andando.

Entraba y hacía notar su presencia puesto que se le había dado por soplar de frente a la casa.

Fueron varios días donde constantemente el viento no encontró la oposición de los vidrios ausentes.

Al día siguiente de la reposición de los vidrios el viento dejó de soplar. Daba toda la impresión de que lo había hecho con total certeza de que no estaban los vidrios y nada le impedía el paso. Cuando supo ya no podía ingresar más dejó de empeñarse en ello.

Manifesté que nunca en mi vida había valorado tanto la presencia de los vidrios como en esta oportunidad.

Son de esas realidades que siempre están pero nunca valoramos suficientemente.

Muchas veces he manifestado la necesidad de valorar y agradecer las pequeñas cosas que hacen a nuestro diario vivir pero nunca había presado atención a los vidrios.

Nunca les había visto como tan importante razón para la gratitud.

Nunca les había prestado la atención que, verdaderamente, se merecen.

Necesité convivir con el viento dentro de la casa para darme cuenta de lo importantes y necesarios que son.

Sin lugar a dudas han de haber, en mi vida, otras muchas pequeñas cosas a las que no les brindo la debida atención.

Nos acostumbramos a que ello está cumpliendo su tarea pero no los observamos como debidamente importantes y, lo que es más, jamás agradecemos su presencia.

Necesité convivir con el viento correteando dentro de la casa para darme cuenta lo importante que ellos eran en lo cotidiano.

Sin viento la casa era mucho más confortable y ello se lo debía a los vidrios.

Sin viento correteando por los rincones de la casa esta se volvió confortable.

Por ello, hoy, comparto esta experiencia para que usted no deje de valorar esas muchas pequeñas cosas que hacen a su diario vivir.

Pueden ser insignificantes, como los vidrios de una ventana, pero tienen mucho que ver con su estar a gusto dentro de su hogar.

He intentado comenzar a mirar y valorar con ojos distintos esas pequeñas cosas con las que uno convive y, muchas veces, no se detiene a observar y agradecer.

Son pequeñas cosas que siempre están y, por ello, uno se acostumbró a su presencia y no le da la verdadera importancia que ellas tienen.

Es necesario algún evento extraordinario para prestarle la debida atención.

Es necesario algún acontecimiento que no se le desea a nadie para poder descubrir, en su justa medida, la real importancia que poseen.

Sin lugar a dudas ha sido un evento que Dios puso en mi vida para que, entre otras cosas, pudiese aprender el valor de las pequeñas cosas.

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