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"Disfrute total", otra de las reflexiones del Padre Martín Ponce de León

Tu vida es de tanto servicio que ni la paz de la luna, parecería, te dejan disfrutar.

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Eran, aproximadamente, las 22 y regresaba luego de compartir una eucaristía por una suplencia.

El calor había amainado un poco, muy poco, con respecto a lo que ha sido casi toda la jornada.
Al salir de la ciudad y enfrentarme a la ruta me enfrento con mi querida luna instalada en el parabrisas del coche.
Sin duda que estaba allí para que la disfrutase plenamente.
Luminosa y cálida entraba de lleno por el frente del coche.
Le miraba y no podía dejar de pensar en esa persona que disfruta hamacándose en ella.
Sus días plenos de actividades y exigencias encuentran en el columpio de la luna ese trozo de paz y ternura que tanto se merece.
Por momentos algunas nubes se acercaban a la luna con intención de ocultarla pero ella con su luz lograba mantenerlas a distancia.
Es que hasta allí te acosan con reclamos y demandas de atención. Los pocos momentos tuyos están, casi siempre, propensos a ser invadidos.
Tu vida es de tanto servicio que ni la paz de la luna, parecería, te dejan disfrutar.
En alguna curva del camino la luna parecía entraba por la ventanilla y se posaba sobre mi hombro y mi brazo.
Me habría gustado detener el auto y sentir a la luna sobre mi hombro pero no puedo hacer tal cosa puesto que mañana tengo tareas que cumplir.
En algunos trozos del camino se escucha el chirriar de las cigarras entre los árboles. Es tarde pero ellas no dejan de chirriar motivadas por el calor. Dejo volar mi imaginación y supongo son los brazos de la hamaca que, por falta de lubricante, chillan al balancearse.
Escucho ese chirriar y le supongo hamacándote con fuerza para que alguna brisa refresque tu balanceo.
Sin duda ha de ser muy reconfortante para vos poder llegar al final de tu jornada y saber te has ganado el privilegio de poder  hamacarte entre tanta paz y calidez.
Supongo ha de ser muy gratificante el poder llegarte hasta la luna y saber que está libre para que te hamaques a placer.
Mientras tanto iba avanzando en mi camino y la luna continuaba sobre el parabrisas del coche. Mi disfrute era total.
Hay seres que pasan por la vida dejando huella y la misma resulta imposible de no ver.
Hay seres que pasan por la vida como si todo se limitase a permitir la vida pase por ellos.
Los primeros son imprescindibles y los segundos son intrascendentes.
Hay seres que no han descubierto lo que pueden aportar al hoy y se consideran inútiles.
Hay seres que han hecho de su vida un verdadero canto a la solidaridad hecha servicio y son tan útiles como necesarios.
El gran tema es que no son únicamente algunos los necesarios sino que todos tenemos algo para aportar en construcción de un mundo más justo, más digno y más fraterno.
Todos somos válidos en esa transformadora de nuestra realidad.
Cada uno poseemos una originalidad que no podemos encerrar en nosotros mismos sino que debemos ponerla al servicio de los demás.
Hay seres que con su entrega generosa y desinteresada se han ganado el que el columpio de la luna siempre esté a su exclusiva disposición.
Hay seres que viven tan encerrados en sí mismos que nunca llegan a contemplar a la luna como un rumbo posible.
Era hora de volver a la realidad. La cercanía con la ciudad implicaba volver a prestar atención al tránsito.
Habían sido unos cuantos kilómetros donde mi disfrute había sido total.
Miré a la luna por última vez e, ¿imaginé?, allí te quedabas hamacándote porque con tu día pleno de servicialidad lo habías ganado.
Sin duda, seres así son los que dejan una huella. 

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